Adorada abuelita:
Hace un mes que te fuiste, pero has estado más presente que nunca en mi corazón. Cada día desde que me levantaba hasta la hora de volver a dormir me he recordado de ti, de cómo me enseñaste todo lo que sé, porque tu hija, mi mamá, murió cuando yo era tan chiquita.
Me he recordado todo el tiempo de cómo me hacías el desayuno muy tempranito para irme al colegio, de cómo me preparabas la lonchera y me llevabas de la mano cada mañana el colegio. Me he recordado de cómo me recogías por la tarde, de cómo me servías el almuerzo –qué rico cocinabas!- y me ayudabas a hacer mis tareas, y luego por la noche me bañabas y acostabas, y muchas veces te quedabas sentada al lado de mi cama hasta el amanecer, velando mi asma; y, así, año tras año. Y yo fui creciendo y aprendiendo muchas cosas buenas gracias a ti, y también fui viendo cómo aumentaban las arruguitas en tu linda carita y las canitas en tu cabecita; perdóname si yo fui la causa, porque cuando crecí sé que te di más de un dolor de cabeza, pero tú sabes que era por alocada, no por maldad o porque no te quisiera. ¡Siempre te adoré!
Ahora que ya soy una mujer hecha y derecha, me doy cuenta de todo ello y lo valoro de verdad. Yo no sería quien soy ni como soy si no hubiera sido por ti; todo te lo debo, pero sobre todo el gran amor que me diste y que yo, ahora que has partido, te seguiré correspondiendo con mis recuerdos y con mis oraciones.
Una vez más ¡gracias por todo!
Te quiere tu nieta
Carola