Magdalena Sofía Ratti Martínez De La Torre De Sangalli
(17 de febrero del 1926 - 18 de noviembre del 2011)
Lima
Homenaje

Publicado por: Gianfranco Sangalli Ratti

Elogio de mi adorada madre, Magdalena Sofía Ratti Martínez de la Torre de Sangalli
Detente un momento, oh distraído lector, que te quiero brevemente presentar la vida excepcional, por su belleza, gracia y bondad, de una madre que tal vez podría parecerte la tuya, pero, mira tú, es la mía. ¡Sí, en homenaje a tu dulzura y a tu ternura, aquí te evoco, Magdalena Sofía!

Puede que el origen de la seductora jovialidad de tu carácter, que hizo de ti luz y alegría para cuantos te conocieron, y que solo el duro azote de tu larga y penosa enfermedad terminal apagaría, fuera rastreable al contagioso ambiente festivo de pierrots y serpentinas de los carnavales en la Lima de mediados de los años ’20, y concretamente a la carnavalesca carroza en que tu madre, mi abuela, de ti en cinta y fuera de cuenta, paseaba como reina del Carnaval por las calles del centro limeño. Porque allí mismo, sin ambages, proclamaste que se acercaba tu hora, obligando a mi joven abuelo a llevar a su bella esposa de vuelta a casa; era la noche del 16 de febrero de 1926. O puede que se debiera a los 2 kilos de chocolate con que tu padre quiso endulzar los dolores de parto de tu madre… En cualquier caso, naciste a las 6 de la mañana del 17 de febrero de 1926, eso sí, tras el último bocado de chocolate. De lo que no me cabe duda, es de que de aquella circunstancia provenía tu legendaria afición a ese manjar de cacao.

En la misma casa en que naciste, como demostración de la buena posición social, junto con el agua y óleo bautismal, se te impuso el nombre de Magdalena Sofía, en honor de la santa fundadora Barat, todo de manos del Arzobispo de Lima, Monseñor Lisson, que moriría en olor de santidad.

De espíritu inquieto e inteligencia vivaz, desde muy pequeñita te hiciste notar en el aristocrático colegio del Sagrado Corazón, León de Andrade, de donde, imposible de disciplinar, con solo nueve añitos pasaste al internado de “El Chalet”; ni siquiera llevar por nombre el de la santa Barat (o ser, se decía, pariente del Papa reinante) de esto te pudo librar.

De vuelta al externado, si bien tus evidentes virtudes intelectuales te franquearían sin dificultad (sin nunca haber tenido que estudiar para un examen) la satisfacción de la graduación, siempre echaste en falta ser elegida algún año “banda azul”, aunque en tu corazón entendías que tus –por lo demás inocentes- travesuras no te acreditaban como una niña remilgada.

Devoradora de libros desde la adolescencia, este buen hábito ampliaría y consolidaría tu buena cultura, de la que tanto aprendí y de la que buena muestra tuve cuando me hacías los deberes escolares en un tris tras (señaladamente un caso recuerdo: el resumen de la entera “Odisea” de Homero ¡capítulo por capítulo!)

De ti también aprendí el amor a Dios, a la Santísima Virgen y a la Iglesia, a partir de las oraciones de la noche que al pié de mi cama me enseñabas a recitar. Y el amor a la Patria, que era también aquella italiana. Y el amor a la familia (y al prójimo, por extensión; en especial los más débiles y necesitados). Practicabas y defendías estos tres amores con entera pasión. En realidad, nunca fuiste neutral en nada de verdad importante; siempre tomaste partido incondicional, en base al arraigado sentido moral que te adornaba el interior.

Pero, ¿y qué decir de lo exterior? Tu notable belleza fue por cuantos te conocieron siempre alabada; a Liz Taylor te comparaban. Sin embargo, modestia, sencillez y falta de pretensión, a tu belleza siempre acompasabas, como cuando descubierta por Sabogal en un restaurante, declinaste por él ser retratada. Nada había más lejos de tu corazón que la vanidad.

¿Y en lo familiar? Hija, hermana, esposa, madre ejemplar y abnegada. Diste lo mejor en cada una de estas facetas, porque para ti la familia lo era todo, y en aras de ésta lo soportabas todo, lo sacrificabas todo.

¿Y en lo social? En sociedad brillabas por tu encanto, el cual emanaba de la gracia y del donaire que te eran innatos, y que hacían de ti el alma de toda reunión; pero tu sociabilidad jamás estuvo afectada de frivolidad.

En definitiva, habiéndote generosamente adornado la Providencia de buenas virtudes naturales y teologales, en tu paso por este Mundo derramaste, sin medida y sin mirar a quién, la vívida luz de tu bondad, la docencia de tu rectitud, el amor de tu inmenso corazón. Amor que se llama Caridad y es, como enseña San Pablo, la más excelsa de las virtudes, que en ti fue cumplida realidad:

"La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. La caridad no dejará de existir". 1 Co 13, 4-8

Por ello, mi dulce madre, sé que vivirás por siempre, allí en lo alto donde brillan los luceros, allí donde un día yo darte el encuentro espero, si en esta vida sigo tu ejemplo.

Tu hijo Gianfranco
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Encantadora y bella mi tía Magdalena, muy grato recuerdo de ella !
Alejandro Desmaison de Rávago
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Conmemoriam se adhiere al homenaje a Magdalena Sofía Ratti Martínez De La Torre De Sangalli.
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